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domingo, 26 de marzo de 2017

BAIA BAIA

En 2016 se empezó a decir que era imposible hablar sin ofender a nadie. Y se empezó a decir porque era muy cierto. Cada vez brotan más indignados por cualquier cosa. Antes se reivindicaban cosas tochas como "el machismo" o "la pobreza", y ahora ves a gente con la vena de la frente hinchada por "la discriminación de las mujeres transgénero  en el cargo público" o "la precariedad laboral de los hombres de color árabes". El primer tema es de fantasía porque excepto por Carla Antonelli no sé de nadie más que se identifique como trans y esté en un cargo semejante. Carla Antonelli una badass por cierto, os recomiendo leer al menos su página de Wikipedia.
Es importante mencionar que a título personal no considero que esos temas en concreto sean baladí ni mucho menos, pero sí parece que cada vez se compartimente más el activismo social.

Creo que no es ningún secreto el hecho de que esta situación se debe a la aparición y auge de las redes sociales.

En la sociedad de 2017 en que vivimos es muy rara la persona que no tiene un perfil en al menos una de las siguientes plataformas: Facebook, Twitter, Instagram, Snapchat, WhatsApp, Telegram (RIP Tuenti y Vine). Este tipo de red permiten al usuario enterarse a tiempo real de lo que cualquier persona está haciendo, ya sea en el pueblo de al lado o en las antípodas, siempre que haya conexión a Internet. Esto que acabo de decir tampoco es ningún secreto pero viene bien ir despiezando para que no haya lugar a equívocos.

Total, que Paco Pérez se hace un Twitter y se deja el avatar del huevo, y empieza a seguir los perfiles de lo que le mola: Club Deportivo de Villaviciosa, Frigoríficos Manresa, Daniela Blume, etc. Al principio va un poco tímido pero según pasa el tiempo se comienza a soltar y se envalentona. Empieza a seguir a los políticos que le caen bien, y a los que le caen mal para criticarlos. Empieza a seguir a actores y a cómicos, a los personajes conocidos de cualquier panorama. Y de la misma manera que su humorista favorito opina sobre política en Twitter y la gente le da la razón, él empieza a opinar sobre política. Y la gente que comulga con su opinión le felicita por pensar así, y la gente que no está de acuerdo se mete con él por pensar así. La opinión de Paco Pérez se va haciendo importante porque mal que bien se habla de la opinión de Paco Pérez. Y los Paco Pérez de este mundo ahí se crecen. Cuando la opinión de los Paco Pérez se saca de proporción, cuanto más grande se hace el tema, más "viral", más "trending", el tema se desvirtúa. Con esto quiero decir que la esencia de lo que se estaba comentando, el contenido material, se pierde, y ya no se trata de debatir para intentar llegar a un punto en común. En primer lugar porque si hay trescientas personas en un debate es más bien una batalla campal, y en segundo lugar porque a la gente en Internet se la suda todo: lo que quieren es dar su opinión.

Resulta muy tentador opinar de lo que sea en Internet, la persona se siente segura y poco vulnerable porque lo hace de forma remota. Además, por infrecuente que sea tu punto de vista vas a encontrar a otro tarado que dé palmas cuando tú hables. Ahí está la enjundia, claro: la importancia de algo la determina el número de personas que estén pendientes. Por eso me da a mí que en 2016 se hizo imposible hablar sin ofender a nadie. Y el nivel de polémica de algo también, crece según crezca el número de postulantes. A más individuos, más opiniones, y por lo tanto más desacuerdo. Aquí entra lo que decía  antes de la seguridad que aporta el "no estar allí", el que Internet sea un lugar abstracto donde no arriesgas nada (si quieres hacer como Paco Pérez no hace falta ni que sepan qué cara tienes). Al tener esa seguridad del anonimato, es sencillo faltar al respeto. Y con eso no quiero decir empezar a insultar a la gente sin ton ni son, me refiero más bien a perder la tolerancia por las opiniones ajenas (Pérez-Reverte es correctísimo en las formas pero el contenido a menudo se pasa de despectivo). También hay un límite a lo que se puede respetar; yo personalmente lo trazo en los derechos humanos y el respeto a Tolkien.
Recapitulando hasta ahora, tenemos que: tema x + multitud de opiniones+ pérdida del respeto = la sociedad actual. En resumen, hoy todo importa muchísimo y todo el mundo tiene que opinar sobre todo.

Por hacer un poco la antítesis de la tesis y ser justa, bien es cierto que las redes sociales han servido para visibilizar y concienciar sobre cosas guays. El avance que ha tenido el feminismo en la última década ha sido descomunal (va a ser necesario darle otro empujón para capear el temporal que se aproxima con los Trump y las Le Pen de estos lares). El tema del racismo, que había quedado un poco olvidado en países como España, está volviendo a ser tratado con franqueza. La libertad religiosa es otro temita candente, véase el papelón de la playa francesa de este verano. Diariamente cobran importancia problemas reales que aquejan a muchas personas, y que hace no te digo cuarenta años, sino sólo diez, hubiera sido impensable que estuvieran en boca de todos. En España hace diez años la dieta vegana era vudú, las lesbianas eran camioneros, los gays eran maricones, los negros eran monos y no había machismo. Actualmente estos problemas siguen aquí, y no dando los últimos coletazos sino dando bien fuerte. La diferencia es que ahora las personas que son víctimas directas de cada situación (digo directas porque víctimas somos todos en realidad) tienen una vía de expresarse con libertad, de aglutinar a los que piensan igual, y de coordinar los movimientos para acabar con ese problema (con el permiso de la Fiscalía). Y aún queda muchx descerebradx que a los veganos se los pasa por el forro, el lesbianismo sólo le gusta si es para su consumo, los gays le parecen una aberración, los negros dice que huelen y "ni machismo ni feminismo, igualdad". Pero yo creo, y si el Gobierno (el de ahora y en general) no termina de cargarse la educación, que es precisamente con cultura que se termina con estas cuestiones.

Es importante conocer todo lo posible sobre todo lo posible, y no para poder dar tu opinión en Twitter, sino para tener criterio y saber elegir lo que es correcto y lo que no. Y creo que con eso se resume todo, porque la educación también ayuda a decidir qué tema es importante y qué tema no. Con quién merece la pena discutir y con quién no. Cómo dirigirse a según quién. No creo que vivamos en una dictadura de lo políticamente correcto, como mucho se ha dicho, y que sea ésa la razón por la que ya no se pueda ni hablar. Creo que vivimos más bien en una orgía de gilipolleces y que hoy cualquiera puede ser activista invirtiendo más o menos una mierda de esfuerzo y tiempo, y que cada uno puede decidir que X tontería es inaceptable, y tener trescientos detrás dándole la razón. Y que mucha gente ha aprovechado el avance de la visibilidad de colectivos como las mujeres transgénero o los hombres árabes de color para provocar por provocar, sin tener una intención reparadora o generadora de derechos y aceptación.

Un ejemplo de lo que llevo diciendo todo este rato se materializa en una pedazo de conversación que vi, cómo no , en Twitter, y que me dejó de pasta de boniato.





Si te has leído esta mierda entera y sufres del Síndrome de Paco Pérez, ponle remedio. Léete un libro. O quéjate de que te oprimo.

miércoles, 3 de junio de 2015

¿Dónde está el límite entre modelo y anorexia?

Lamento repetir con un tema tan a la orden del día. Pero hoy tenía la firme intención de estudiar (lo juro), y cuando menos me lo esperaba, me he puesto a mirar las novedades de Twitter. Estaba entretenida con el "scroll up" y el "Retweet" y tal y cual cuando he leído una publicación del medio BuzzFeed UK, rama del ahora titánico (y próximamente cotizado en Bolsa) imperio de la comunicación, el entretenimiento y básicamente cualquier tema puntero. El titular rezaba: "Yves Saint Laurent Advert Banned Over 'Unhealthily Underweight' Model", que en traducción libre sería algo así como "Anuncio de YSL prohibido por modelo 'enfermizamente delgada'". Por lo visto la Advertising Standards Authority, ASA para los entendidos, encuentra que el anuncio es "irresponsable", me atrevo a suponer debido al aspecto demasiado etéreo de la modelo que aparece en él. 
Sin embargo, profundizando un poco en el artículo de BuzzFeed, la ASA atribuye el aspecto huesudo (para nada casual) de la modelo a la posición de las luces usadas en la fotografía, así como a la postura de la modelo y al efecto en blanco y negro que se le ha dado a la campaña publicitaria, que ha aparecido en la revista ELLE. Una de las cosas graciosas de este incidente es que se sugieran semejantes excusas ante una fotografía que muestra lo evidente: la modelo es demasiado delgada, y las luces, el color y la postura poco más lo resaltan, pero no lo revelan, ya que se puede apreciar sin ningún problema. 
En la página web de la ASA se puede consultar este caso, y aparte de que ELLE ha manifestado que no tiene ningún comentario, la firma Yves Saint Laurent ha contestado que no está de acuerdo con la queja emitida a la organización, y que la modelo, a sus ojos, no está demasiado delgada. El anuncio ha sido sancionado en virtud del artículo 1.3 del Código de la Práctica de la Publicidad (traducido como CAP): "La publicidad debe emitirse o comunicarse con sentido de la responsabilidad hacia los consumidores y la sociedad". 

Personalmente creo que es enternecedor que Yves Saint Laurent reciba una llamadita de atención de parte de una autoridad, pero sirve lo mismo que los cálculos de la Pasarela Cibeles del IMC de las modelos (aquellas aspirantes que no superen un índice de masa corporal 18, el umbral del infrapeso, son vetadas de la pasarela). El mero hecho de que haya que recurrir a los números para comprobar que una modelo está "sana", cuando debería poder apreciarse a simple vista, o el hecho de que la mayoría superen el peso mínimo por los pelos, el hecho de que una percha humana que es envidiada por tantas personas sea objeto de controversia por, agárrense, su habilidad para ser una percha humana, es lo que resulta absurdo.
¿Quién marca el límite entre "esbelta y sofisticada" y "enferma y huesuda"? ¿Quién confiere ese poder? La ASA no, ya lo hemos comprobado con su tímida excusa para la queja sobre YSL. Me estoy dando cuenta que la respuesta es simple: la autoridad que dicta quién es gorda, quién es delgada y quién está enferma es la misma que publica a modelos cada vez más transparentes. Digo más, ni siquiera son sólo las modelos el problema: las actrices y las cantantes se hacen eco del mandato de oro para ser famosa: sé delgada. Ni siquiera "sé guapa", "ten curvas", "tienes que estar buena". Sé delgada, sé alta, sé plana, sé huesuda, y toda la ropa te sentará bien. Escotes vertiginosos, telas reveladoras como el terciopelo, el satén, la lycra..., los microconjuntos que muchas lucen en conciertos o entregas de premios, los pómulos afilados sin necesidad de contouring... Son promesas que se van cumpliendo a medida que pierdes kilos, como si fueras desbloqueando logros en un videojuego. Las malditas revistas que manejan el cotarro, ya sea Harper's Bazaar o la campechana Cuore, lo dicen explícitamente: "Qué te puedes poner según tu tipo de cuerpo", "Nosequé cantante se pega el batacazo al llevar tal modelito no apto para su figura", "Si tienes forma de pera, si tienes forma de reloj de arena, si tienes forma de...". 

A una le prohíben, literalmente, el uso de una prenda u otra por tener cierta complexión y figura. Ridiculizan a aquellas que se ponen la ropa que quieren ("atrévete a desafiar nuestras normas y sufrirás las consecuencias", en este caso la imagen pública de una celebridad), y a las idiotas de a pie nos salvan el culo proponiendo alternativas para disimular nuestro ídem. Al final les estamos agradecidas por decirnos exactamente dónde comprar para parecernos más a la imagen que promocionan, e inconscientemente acatamos la ley tácita que nos han impuesto. Si a una famosa le cae el chorreo en pleno ojo público, a las que leemos esas pamplinas nos lloverán las críticas en nuestra working class, como diría Carmen Lomana.
El límite entre la extrema delgadez y la liviandad moderna lo marcan, como siempre los menos indicados, y lo más gracioso es que les dejamos hacerlo. Las sanciones no bastan, ¿saben? Si una firma es abroncada por una autoridad publicitaria como puede ser la ASA, es tan sencillo como despedir a esa modelo y contratar a otra que pese tres kilos más para que su IMC supere ese mínimo imprescindible. O retocan la fotografía (o mejor dicho radiografía) para ocultar el esqueleto de Karlie Kloss, o pesan a la modelo y luego la ponen a dieta. Es una de las corrupciones más peligrosas que conozco. Algunos políticos palidecerían al lado de los titanes de la industria textil y sus reporteros. Es una corrupción psicológica que atenta contra la salud. Ahí nos merecemos un aplauso nosotras, las crédulas devoradoras de actualidad, que aprovechamos nuestra posición privilegiada y demostramos que somos imbéciles al hacer dietas nocivas para nuestra salud o caer en la antigua (y más en boga que nunca) práctica del trastorno alimentario. Si lo dice una madre, es cierto: "es un pecado dejarse comida en el plato cuando hay gente que se muere de hambre". Imagínese el pecado que supone no ponerse comida en el plato, directamente. 
El problema, lo sabemos, es de los emisores, los que tienen la sartén por el mango, y de los receptores, los que se atiborran de complejos estéticos. La pregunta también la conocemos: ¿qué se puede hacer para ponerle fin a la constante lucha de la moda y su estigma insalubre contra la sociedad? No he caído aún en la respuesta, pero les juro que aunque no se encuentre en este artículo, tampoco se encuentra en los instigadores del problema.
Si han leído coñazos similares de mi puño y letra antes, sabrán qué opinión me merece la moda y sus altos cargos (insisto: me apasiona la ropa pero detesto la moda). Miranda Priestly puede besarme el derrière, desde luego tiene superficie donde escoger.

lunes, 26 de enero de 2015

Una entrevista que me gustaría que me hicieran.

Toda la vida he leído entrevistas. Me gusta devorar esos reportajes que retratan la vida de las famosas y famosos más cotizados del panorama internacional. Leyendo esas –admitámoslo- chorradas tan banales me siento más identificada con esas personas que, de otro modo, me costaría mucho trabajo relacionar con mi vida privada.
Es evidente que están hechas adrede por dos motivos: por un lado, benefician a la revista que las publica porque eso se vende mejor que una bolsa de hielo en medio del desierto de Tablas. Por otro lado, acercan al famoso entrevistado a la vida de la gente común, y eso nos gusta mucho a nosotros, los vulgares y corrientes.
Recientemente comencé a preguntarme cómo sería una entrevista hecha a una persona que no fuera famosa. Pero aún llegué más lejos; empecé a preguntarme qué clase de preguntas me gustaría que, a modo personal, me hicieran si se diera el caso. Y qué pensaría la gente al conocer un reportaje sobre una persona totalmente desconocida (que por otro lado, tendrá la misma conexión con el lector que cualquier celebridad).

Me encuentro en el salón de mi casa, cómodamente sentada en el suelo tomando una placentera taza de café con leche. No llevo esperando mucho rato, aunque me gusta llegar antes a las entrevistas. Enseguida llega ella, envuelta en una nube de cotidianidad y monotonía rutinaria. Sin embargo, hay algo que denota una actitud fuerte, inusual. Aún no la he descifrado, pero estoy segura de que lo conseguiré. Se acomoda, como yo, en el suelo de madera, y comenzamos con el tête-a-tête.
Pregunta: ¿Qué tal estás, Paz? Te veo bien, ¿has adelgazado?
Respuesta: (Ríe) No, Paz, lo sabes tan bien como yo, te pierde el helado.
P: Qué cierto es eso. Bueno, cuéntame: ¿quién firma tu blusa? ¿Italiana?
R: Oh, Paz, déjate de tonterías. Tanto tú como tú sabemos que a nadie le importa quién diseñó mi camiseta de menos de siete euros.  Vayamos a lo importante; aquí las preguntas las puede hacer cualquiera de las dos, así que pasemos de los rótulos. Paz, ¿consideras que has madurado desde que te trasladaste de instituto?
-Sí, lo cierto es que sí. Me han pasado muchísimas cosas malas desde que llegué, pero, pensándolo bien, de no haberlo pasado tan mal, no sería la persona que soy hoy. Además, he pasado por etapas muy buenas, yo creo que ahora mismo estoy en una de las mejores de mi vida. Aún me queda mucho por madurar, obviamente, pero veo las cosas con una perspectiva más relajada e inteligente que hace unos años. No digo que no se obtenga ninguna moraleja de la felicidad, pero sí digo que la tristeza proporciona un intensivo de madurez.
-¿Prefieres la calma del año pasado o el frenesí de este año?
-Estoy muy agobiada, con el instituto, todas mis extraescolares y lo que me queda para vida social, pero es gratificante no tener un solo segundo para descansar, porque valoro mucho más cada hueco que consigo.
-¿Dirías que este curso estás dando el cien por cien de tu rendimiento?
-En realidad no, pero lo cierto es que no me importa. Estoy haciendo lo que quiero, lo cual es mucho mejor que estar amargada intentando ser perfecta en todo. Por lo menos es la impresión que yo tengo.
-¿Qué tal tu vida amorosa, Paz? Hace meses que no sabemos nada de esa faceta de tu vida, ¿tienes alguna aventura secreta?
-(Se ríe un montón). No, no tengo absolutamente ninguna aventura, ni secreta ni púbica. En ese sentido mi vida no está únicamente muerta, sino que está amortajada y disecada. Es como un bonito perro de exposición.
-Vaya, impresiona observar lo bien que te lo tomas.
-Eso lo ves aquí ahora, pero es bastante duro ver a tus amigas evolucionar y progresar con sus respectivas parejas o proyectos de pareja, mientras que yo parezco estar estancada. Al menos tengo el gran apoyo de alguna que otra amiga soltera (y más sola que la una). A pesar de no tener novio, las ganas de hacerme con uno me van y vienen según el momento del día. Si ha sido una buena jornada y he estado mucho tiempo con mis amigas, se me olvida totalmente que las parejas existen. Si me ha pasado algo malo, o me siento poco atractiva, tonta, o sola, entonces sí me apetece tener a alguien que tenga que sentirse atraído por mí en cualquier ocasión.
-Ésa es una buena reflexión. Cambiando de tema, ¿consideras que te va mejor con los amigos que tienes ahora que con los amigos que tenías hace tres años?
-Oh, Dios sí. Hace tres años presumía de tener un extenso grupo de amigos y amigas, y algunos pequeños grupitos minoritarios. Hoy cuento con cuatro amigas auténticas, cinco si cuento a mi hermana. He tenido la buena suerte de enemistarme con mucha gente, con otras personas mantengo una cordial indiferencia, y con unas pocas he alcanzado una relación agradable pero superficial. Es increíble lo mucho que los amigos moldean el carácter de la gente; hoy en día mi personalidad es más o menos como era originalmente, y entonces era un recortable que pretendía imitar lo que pensaba que la gente quería.
-Luego se trata de una evolución, ¿no? Vas cambiando a mejor, madurando, por así decirlo. ¿Es como un viaje?
-‘Cagoenlaleche, no. Es decir, más o menos, pero menos cursi. Estoy tratando de encontrar lo que quiero, lo que se me da bien, y las cosas que me van a definir, como todo el mundo a mi edad, pero desconozco si estoy cambiando a mejor. Sé que estoy menos contenta, pero que soy más feliz.
-Profesionalmente, ¿qué proyectos podemos esperar de ti? ¿Tienes algo en mente?
-Sí y no; soy una chica que hace muchos castillos en el aire, pero me cuesta empezar, desarrollar y terminar un proyecto de calidad. Pero me estoy esforzando mucho por continuar con algunos planes: novela, estudios universitarios, idiomas, danza… Naturalmente no puedo hacerlo sola, porque soy tan vaga que enseguida pierdo la motivación. Me pongo pequeñas metas para sentirme realizada y motivada constantemente.
-¿Auguras buenos tiempos para ti y tus seres queridos?
-Obviamente eso espero, pero no sé si puedo vaticinarlos. Cabe desear que todo me salga bien, y a los que me rodean, pero no puedo asegurar que así será. Tampoco puedo forzar las cosas, es mejor permitir que todo siga su curso.
-¿Tienes algún consejo para tus seguidores, fans, lectores…?
-A ver, para tener un consejo así es necesario tener primero seguidores, fans o lectores, y no tengo nada de eso. Para las personas que sí me importan y a las que importo, siempre tengo los mismos consejos: no hay que tener miedo de ser diferente, al final las personas que realmente merecen la pena valorarán más a una persona auténtica, pero distinta, que a una persona extravagante de pega. Es necesario sentirse muy a gusto consigo mismo para desarrollar relaciones sanas con otras personas, y personalmente prefiero arrepentirme de lo que he hecho, en lugar de lo que no he hecho. Para terminar, la cultura y la inteligencia están infravaloradas últimamente, pero la belleza, la moda y los ídolos de masas envejecen,  mueren y desaparecen. Cultivar el conocimiento, los valores morales y los principios personales son mis prioridades.
-Siento insistir, pero, ¿dónde has comprado esa camiseta? Es divina.
-Muchas gracias, Paz, pero si no lo sabes tú, que la has comprado, yo no puedo ayudarte.
-Tienes razón, Paz. Tienes que recoger el lavaplatos.
-Ah, sí.

lunes, 8 de diciembre de 2014

El mundo es un lugar milagroso, hoy me doy cuenta.

El mundo es un lugar feo y polvoriento, una árida e inhóspita planicie que alberga patéticos alfileres que arrastran el fútil deseo de aguantar su propia existencia. Serpentean en busca de la subsistencia de su raza, anhelan el tacto de la felicidad sobre su piel escamosa y sedienta. Hoy la faz de la Tierra da cabida a seres de barro y roca. No merece la pena pensar semejantes cosas.
Y no.
 El mundo no es un lugar tan desagradable ni tan poco amable. Porque si pisamos un suelo reseco, yo pienso. Si pudimos destruirlo, podremos reconstruirlo, convertirlo de nuevo en un gentil y hermoso paraje donde vivir una vida plena, una sucesión continua de todo, una extraordinaria rutina, una maravillosamente aburrida costumbre. Un lugar verde, un lugar frío, caluroso, lluvioso y seco, hermoso, preciosísimo, y feo, espantoso, un lugar auténtico, un verdadero milagro.
Porque hoy me parecen más brillantes los colores, más intensos los sonidos, más vibrantes los sabores, más agudos los aromas. Hoy aprecio el valor de lo que me rodea, hoy veo de verdad, no hay mácula que me entorpezca. Hoy puedo ver que hay más cosas aparte de la niebla y la bruma. He retirado ese velo, y lo que he descubierto detrás me corta la respiración, me deja sin habla. Hoy me gusta más la rabia, el enfado, la alegría, los celos, el perdón, el arrepentimiento, el orgullo. Hoy me encantan las caras de la gente, las mentiras que me cuentan, y las verdades aún más. Hoy el dolor me apasiona, y el placer me enloquece, y me extasían las emociones y las pasiones, los sentimientos me parecen más puros, más prístinos, y descubro un alivio de sus cargas, como cuando la lluvia arrasa la contaminación. Hoy puedo ver que hay vida, y hay muerte, y que nosotros decidimos sobre ellas, y que somos nuestros y de todos y de nadie, hoy es un día hermoso y extraordinario y no hay nada que yo pueda hacer para estropearlo. Hoy me emociona todo, hoy escucho música y no entiendo cómo hay algo tan bello e inmutable. Hoy me emociona esta silla, esta mesa, me emociona mi casa y mi familia, me emociona pensar que estoy viva y que hay vivas personas con las que sé que quiero compartir mi vida, y saber que ellas quieren compartir la suya conmigo. Me emociona la calle, me emociona la gente que hay en ella, me emociona que se junten y se separen.
Me emociona el cálido abrazo del sol invernal, y el azote frío del viento de diciembre, me emociona que llueva en unos lugares y en otros no. Me emociona poder amar y ser amada, me emociona apreciar que hay madres y padres, hermanos, tías, abuelos y abuelas, primos, amigos, novios, amantes, esposas, enemigos, conocidos. Pero me emociona también el pesadísimo conjunto de desconocidos, ese sinfín de opciones, esas sinfonía de masas de gente, tanto que conocer, y el poco tiempo que tengo para hacerlo, las culturas que aún no conozco, las películas que no he visto, los “te quiero” que no he dicho, y la de veces que he dicho “te odio”. Me emociona que haya perros copulando en un callejón, los gatos que se amodorran en los alféizares de la ventana, los niños que lloran porque se han caído, porque les sangra la rodilla; las madres que dan a luz, los funerales que se están celebrando, y las bodas, los bautizos, los divorcios, las peleas de los enamorados, las reconciliaciones. Me emociona que haya tanta gente y que podamos estar todos en este mundo a la vez. Hay algo mucho más grande que todos nosotros, más grande que un edificio, más grande que un monumento, más grande que una ciudad, un país, más grande que una religión, que el mundo entero. Y es que hay algo tan enorme y colosal que no podemos ni ver, ni siquiera alcanzamos a hacernos una idea.  Hay algo debajo de nuestra piel, y envolviéndola, y no es el aire. Es la belleza de lo cotidiano, es que las personas, los animales, las cosas, los inventos y las reliquias, los tesoros, y todo lo que existe ahora mismo en el planeta, algún día se extinguirá, y todos moriremos. Y dará paso a una nueva generación, una remesa nuevecita e intacta de personas, animales y cosas, y los que hoy son inventos y novedades, serán las reliquias y los tesoros del futuro. Y el presente ya no será este momento. Y me emociona saber que alguien pensará lo mismo, y me emociona que no haya nada ni nadie que pueda arrebatarme esa certeza. Porque podemos preguntarnos (y yo me lo he preguntado miles de veces, y las que me quedan), ¿Para qué esforzarnos? ¿De qué sirve poner empeño e ilusión en algo, si se marchitará  y morirá conmigo? ¿Por qué crear lo que no podré disfrutar nunca? Y yo hoy tengo la respuesta  a esas preguntas. Puede que a unos les sirva y a otros no. Puede que no responda a todas las preguntas, puede que sea poco útil, puede que no sea lo que algunos buscan. Puede que no sea la respuesta correcta, pero a mí me sirve por el momento, me ayuda a aguantar esa patética existencia que mi cuerpo de alfiler arrastra por este desértico páramo. Y la respuesta es que nosotros podemos. Podemos crear, podemos destruir, pero podemos elegir por encima de todas las cosas. Y podemos ser felices, podemos estar tristes, podemos elegir vivir, o poner fin a nuestra vida. Podemos hacer cosas increíbles, podemos superarnos, superar a otros, ser mediocres.
 Y yo he elegido disfrutar de una vida que no sé dónde acabará, ni cómo ni cuándo, no sé qué haré mañana, no sé con quién voy a estar. Y no me importa, porque hoy soy yo siempre, y soy cambiante, evoluciono, no soy la misma que era ayer, pero tampoco seré mañana igual. Pero siempre soy yo, nada me quita mi ser. Y adoro hoy tantas cosas, que me impresiona también lo que odio, y vivo tan intensamente, que la única manera de ser feliz es sabiendo que todo es real. Y viendo lo desordenada que está mi habitación, sabiendo que me he peleado con muchas personas, que me han pasado catástrofes indeseables, y que he vivido momentos de inmerecida felicidad, se me saltan las lágrimas de puro júbilo, porque soy capaz de tener y no tener, de sentir, de recordar, de esperar. Me rodea una realidad que todavía no asimilo, y sé que está todo aquí, que las cosas ocurren y que son irreversibles. Estoy feliz de poder vivir aquí, y sé que aunque “aquí” jamás será dos veces el mismo sitio, será siempre donde yo esté viviendo.


domingo, 7 de diciembre de 2014

Yo, yo misma, y unos cuantos.

Hoy en día es prácticamente imposible ser original. Estamos de acuerdo, ¿no?
Hay tanta gente, somos tal plaga, que es literalmente imposible ser la primera persona en hacer algo, en llevar algo, en decir algo, en ver algo y comunicárselo a trescientas mil personas a través de redes sociales. Sería necesario arrasar la humanidad, algo al estilo de una macrofiesta de Nochevieja pero con una bomba atómica que cubra de polo a polo ("ya veréis, chicos, va a ser otra movida"). Eso es lo que haría falta para poder volver a ser original.
La gente dejaría de desquiciarse, dejaría de escribir insulsos blogs calcados unos a otros (me incluyo, evidentemente), dejaría de hacerse miles de millones de cuentas en Facebook, Twitter, Vine, Instagram, Snapchat, YouTube, Blogger, Wordpress, WhatsApp, Telegram, Line, y todos los nombres anglosajones que se les ocurran, todas esas tecnologías inventadas para actualizar nuestra situación y demostrar de modo impepinable que, en efecto, hemos sido los primeros en hacer algo. Sería bonito ver eso, gente viviendo su vida tranquilamente, conociendo con calma a sus familiares y amigos sin preocuparse de que cualquier desconocido lo sepa instantáneamente, sin tener la presión de probar que nuestras vidas son trepidantes y que es necesario que completos extraños nos envidien. ¿Puede que sea ésa la razón por la que compramos moda y belleza con la ansiedad del que se ahoga y quiere respirar? ¿Acaso se ha convertido la aprobación ajena en el aire que inhalamos en este siglo XXI? ¿Es que el apremiante anhelo por formar parte de algo nos lobotomiza hasta el punto de perder nuestras convicciones y principios en el proceso? ¿O soy yo la única que se mantiene fiel a aquello que me gusta y en lo que creo, sin importar cuántos me sigan? Porque como usuaria regular de Facebook y Twitter, me importa un enorme bledo cuántos "Me gusta" o "Retweets" provoque una fotografía tomada durante una reunión con mis amigas, o un comentario ingenioso que se me ocurrió por casualidad.

En su lugar, prefiero valorar la intimidad de esa reunión, lo maravillosamente bien que se siente una cuanto tiene tres personas en su vida a las que puede llamar "suyas", de manera incondicional. No porque tenga hambre de integración, no. No me malinterpreten, porque no busco sentirme parte de algo, sino de alguien. Me importa más la mella que dejo en mis amistades y mi familia, que en los tropecientos seguidores que pueda tener en Internet. ¿Saben por qué? Porque conozco a esas tres personas que llamo "mías", y me importan tanto o más que yo a ellas. Porque admiro y quiero a esas personas, y porque valoro su opinión y aspiro a que ellas me admiren, si hubiera posibilidad. Prefiero valorar la chispa de mi casual ingenio, la capacidad de haber pensado semejante cosa, la educación y cultura que me han permitido dotar de un contexto a esa frase, aparentemente insustancial, pero intrínsecamente trascendental. Porque, hablando con un virtuoso egoísmo, valoro más mi propia opinión, y la de esas tres personas mías, porque es ése el mundo en que me muevo. Y aunque nunca pretenderé hacer daño u ofender intencionadamente a nadie, mientras pueda evitarlo, tampoco contaré con el apoyo de gente que yo no conozca, ni me decepcionará su ausencia.  Y todo esto soy capaz de haberlo pensado, porque no hay barreras en mi mente que hayan construido otras personas. No tengo la necesidad de mantenerme dentro de unas fronteras imaginarias para complacer a otros. No quiero satisfacer a quien me coarta, sino a quien me estimula y me ayuda a crecer, que es en parte mi estrecho círculo de relaciones, y en parte yo misma, que me encauzo y  me desarrollo hacia donde quiero. Pero aún así, reconozco que le debo una minúscula parte de mérito a ese mundo poco original, plagado de personas famélicas de seguidores y fans que debía ser destruido. Porque me ayuda también a darme cuenta de todo aquello que no quiero hacer jamás, de todos los principios que no pienso traicionar, de las infracciones contra mi persona que me niego a cometer. En ese mundo, en el que nací, crezco, y moriré, intentaré plantar un bosquejo de personalidad, no para que otros imiten las características, sino el concepto. Porque lo que yo deseo es que las personas sean idénticas unas a otras, pero sólo si quieren. O que sean totalmente distintas, o algo similares, o ligeramente marginadas, o completamente integradas. Que hagan lo que quieran, que sean como quieran. Y si consigo, mediante mi siempre entusiasta perorata, que un solo individuo se aparte de ese redil de ovejas destinado a despeñarse, me sentiré eternamente realizada, y satisfecha, y feliz, porque habré conseguido que otro sea feliz consigo mismo.