El mundo es un lugar feo y polvoriento, una árida e
inhóspita planicie que alberga patéticos alfileres que arrastran el fútil deseo
de aguantar su propia existencia. Serpentean en busca de la subsistencia de su
raza, anhelan el tacto de la felicidad sobre su piel escamosa y sedienta. Hoy
la faz de la Tierra da cabida a seres de barro y roca. No merece la pena pensar
semejantes cosas.
Y no.
El mundo no es un lugar tan desagradable ni tan poco
amable. Porque si pisamos un suelo reseco, yo pienso. Si pudimos destruirlo,
podremos reconstruirlo, convertirlo de nuevo en un gentil y hermoso paraje
donde vivir una vida plena, una sucesión continua de todo, una extraordinaria
rutina, una maravillosamente aburrida costumbre. Un lugar verde, un lugar frío,
caluroso, lluvioso y seco, hermoso, preciosísimo, y feo, espantoso, un lugar
auténtico, un verdadero milagro.
Porque hoy me parecen más brillantes los colores, más
intensos los sonidos, más vibrantes los sabores, más agudos los aromas. Hoy
aprecio el valor de lo que me rodea, hoy veo de verdad, no hay mácula que me
entorpezca. Hoy puedo ver que hay más cosas aparte de la niebla y la bruma. He
retirado ese velo, y lo que he descubierto detrás me corta la respiración, me
deja sin habla. Hoy me gusta más la rabia, el enfado, la alegría, los celos, el
perdón, el arrepentimiento, el orgullo. Hoy me encantan las caras de la gente,
las mentiras que me cuentan, y las verdades aún más. Hoy el dolor me apasiona,
y el placer me enloquece, y me extasían las emociones y las pasiones, los
sentimientos me parecen más puros, más prístinos, y descubro un alivio de sus
cargas, como cuando la lluvia arrasa la contaminación. Hoy puedo ver que hay
vida, y hay muerte, y que nosotros decidimos sobre ellas, y que somos nuestros
y de todos y de nadie, hoy es un día hermoso y extraordinario y no hay nada que
yo pueda hacer para estropearlo. Hoy me emociona todo, hoy escucho música y no
entiendo cómo hay algo tan bello e inmutable. Hoy me emociona esta silla, esta
mesa, me emociona mi casa y mi familia, me emociona pensar que estoy viva y que
hay vivas personas con las que sé que quiero compartir mi vida, y saber que
ellas quieren compartir la suya conmigo. Me emociona la calle, me emociona la
gente que hay en ella, me emociona que se junten y se separen.
Me emociona el cálido abrazo del sol invernal, y el azote frío
del viento de diciembre, me emociona que llueva en unos lugares y en otros no.
Me emociona poder amar y ser amada, me emociona apreciar que hay madres y
padres, hermanos, tías, abuelos y abuelas, primos, amigos, novios, amantes,
esposas, enemigos, conocidos. Pero me emociona también el pesadísimo conjunto
de desconocidos, ese sinfín de opciones, esas sinfonía de masas de gente, tanto
que conocer, y el poco tiempo que tengo para hacerlo, las culturas que aún no
conozco, las películas que no he visto, los “te quiero” que no he dicho, y la
de veces que he dicho “te odio”. Me emociona que haya perros copulando en un
callejón, los gatos que se amodorran en los alféizares de la ventana, los niños
que lloran porque se han caído, porque les sangra la rodilla; las madres que
dan a luz, los funerales que se están celebrando, y las bodas, los bautizos,
los divorcios, las peleas de los enamorados, las reconciliaciones. Me emociona
que haya tanta gente y que podamos estar todos en este mundo a la vez. Hay algo
mucho más grande que todos nosotros, más grande que un edificio, más grande que
un monumento, más grande que una ciudad, un país, más grande que una religión,
que el mundo entero. Y es que hay algo tan enorme y colosal que no podemos ni
ver, ni siquiera alcanzamos a hacernos una idea. Hay algo debajo de nuestra piel, y
envolviéndola, y no es el aire. Es la belleza de lo cotidiano, es que las
personas, los animales, las cosas, los inventos y las reliquias, los tesoros, y
todo lo que existe ahora mismo en el planeta, algún día se extinguirá, y todos
moriremos. Y dará paso a una nueva generación, una remesa nuevecita e intacta
de personas, animales y cosas, y los que hoy son inventos y novedades, serán
las reliquias y los tesoros del futuro. Y el presente ya no será este momento.
Y me emociona saber que alguien pensará lo mismo, y me emociona que no haya
nada ni nadie que pueda arrebatarme esa certeza. Porque podemos preguntarnos (y
yo me lo he preguntado miles de veces, y las que me quedan), ¿Para qué
esforzarnos? ¿De qué sirve poner empeño e ilusión en algo, si se
marchitará y morirá conmigo? ¿Por qué crear
lo que no podré disfrutar nunca? Y yo hoy tengo la respuesta a esas preguntas. Puede que a unos les sirva
y a otros no. Puede que no responda a todas las preguntas, puede que sea poco
útil, puede que no sea lo que algunos buscan. Puede que no sea la respuesta
correcta, pero a mí me sirve por el momento, me ayuda a aguantar esa patética
existencia que mi cuerpo de alfiler arrastra por este desértico páramo. Y la
respuesta es que nosotros podemos. Podemos crear, podemos destruir, pero
podemos elegir por encima de todas las cosas. Y podemos ser felices, podemos
estar tristes, podemos elegir vivir, o poner fin a nuestra vida. Podemos hacer
cosas increíbles, podemos superarnos, superar a otros, ser mediocres.
Y yo he elegido
disfrutar de una vida que no sé dónde acabará, ni cómo ni cuándo, no sé qué
haré mañana, no sé con quién voy a estar. Y no me importa, porque hoy soy yo siempre,
y soy cambiante, evoluciono, no soy la misma que era ayer, pero tampoco seré
mañana igual. Pero siempre soy yo, nada me quita mi ser. Y adoro hoy tantas
cosas, que me impresiona también lo que odio, y vivo tan intensamente, que la
única manera de ser feliz es sabiendo que todo es real. Y viendo lo desordenada
que está mi habitación, sabiendo que me he peleado con muchas personas, que me
han pasado catástrofes indeseables, y que he vivido momentos de inmerecida
felicidad, se me saltan las lágrimas de puro júbilo, porque soy capaz de tener
y no tener, de sentir, de recordar, de esperar. Me rodea una realidad que
todavía no asimilo, y sé que está todo aquí, que las cosas ocurren y que son
irreversibles. Estoy feliz de poder vivir aquí, y sé que aunque “aquí” jamás
será dos veces el mismo sitio, será siempre donde yo esté viviendo.
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