Páginas

domingo, 7 de diciembre de 2014

Yo, yo misma, y unos cuantos.

Hoy en día es prácticamente imposible ser original. Estamos de acuerdo, ¿no?
Hay tanta gente, somos tal plaga, que es literalmente imposible ser la primera persona en hacer algo, en llevar algo, en decir algo, en ver algo y comunicárselo a trescientas mil personas a través de redes sociales. Sería necesario arrasar la humanidad, algo al estilo de una macrofiesta de Nochevieja pero con una bomba atómica que cubra de polo a polo ("ya veréis, chicos, va a ser otra movida"). Eso es lo que haría falta para poder volver a ser original.
La gente dejaría de desquiciarse, dejaría de escribir insulsos blogs calcados unos a otros (me incluyo, evidentemente), dejaría de hacerse miles de millones de cuentas en Facebook, Twitter, Vine, Instagram, Snapchat, YouTube, Blogger, Wordpress, WhatsApp, Telegram, Line, y todos los nombres anglosajones que se les ocurran, todas esas tecnologías inventadas para actualizar nuestra situación y demostrar de modo impepinable que, en efecto, hemos sido los primeros en hacer algo. Sería bonito ver eso, gente viviendo su vida tranquilamente, conociendo con calma a sus familiares y amigos sin preocuparse de que cualquier desconocido lo sepa instantáneamente, sin tener la presión de probar que nuestras vidas son trepidantes y que es necesario que completos extraños nos envidien. ¿Puede que sea ésa la razón por la que compramos moda y belleza con la ansiedad del que se ahoga y quiere respirar? ¿Acaso se ha convertido la aprobación ajena en el aire que inhalamos en este siglo XXI? ¿Es que el apremiante anhelo por formar parte de algo nos lobotomiza hasta el punto de perder nuestras convicciones y principios en el proceso? ¿O soy yo la única que se mantiene fiel a aquello que me gusta y en lo que creo, sin importar cuántos me sigan? Porque como usuaria regular de Facebook y Twitter, me importa un enorme bledo cuántos "Me gusta" o "Retweets" provoque una fotografía tomada durante una reunión con mis amigas, o un comentario ingenioso que se me ocurrió por casualidad.

En su lugar, prefiero valorar la intimidad de esa reunión, lo maravillosamente bien que se siente una cuanto tiene tres personas en su vida a las que puede llamar "suyas", de manera incondicional. No porque tenga hambre de integración, no. No me malinterpreten, porque no busco sentirme parte de algo, sino de alguien. Me importa más la mella que dejo en mis amistades y mi familia, que en los tropecientos seguidores que pueda tener en Internet. ¿Saben por qué? Porque conozco a esas tres personas que llamo "mías", y me importan tanto o más que yo a ellas. Porque admiro y quiero a esas personas, y porque valoro su opinión y aspiro a que ellas me admiren, si hubiera posibilidad. Prefiero valorar la chispa de mi casual ingenio, la capacidad de haber pensado semejante cosa, la educación y cultura que me han permitido dotar de un contexto a esa frase, aparentemente insustancial, pero intrínsecamente trascendental. Porque, hablando con un virtuoso egoísmo, valoro más mi propia opinión, y la de esas tres personas mías, porque es ése el mundo en que me muevo. Y aunque nunca pretenderé hacer daño u ofender intencionadamente a nadie, mientras pueda evitarlo, tampoco contaré con el apoyo de gente que yo no conozca, ni me decepcionará su ausencia.  Y todo esto soy capaz de haberlo pensado, porque no hay barreras en mi mente que hayan construido otras personas. No tengo la necesidad de mantenerme dentro de unas fronteras imaginarias para complacer a otros. No quiero satisfacer a quien me coarta, sino a quien me estimula y me ayuda a crecer, que es en parte mi estrecho círculo de relaciones, y en parte yo misma, que me encauzo y  me desarrollo hacia donde quiero. Pero aún así, reconozco que le debo una minúscula parte de mérito a ese mundo poco original, plagado de personas famélicas de seguidores y fans que debía ser destruido. Porque me ayuda también a darme cuenta de todo aquello que no quiero hacer jamás, de todos los principios que no pienso traicionar, de las infracciones contra mi persona que me niego a cometer. En ese mundo, en el que nací, crezco, y moriré, intentaré plantar un bosquejo de personalidad, no para que otros imiten las características, sino el concepto. Porque lo que yo deseo es que las personas sean idénticas unas a otras, pero sólo si quieren. O que sean totalmente distintas, o algo similares, o ligeramente marginadas, o completamente integradas. Que hagan lo que quieran, que sean como quieran. Y si consigo, mediante mi siempre entusiasta perorata, que un solo individuo se aparte de ese redil de ovejas destinado a despeñarse, me sentiré eternamente realizada, y satisfecha, y feliz, porque habré conseguido que otro sea feliz consigo mismo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Escribe aquí tu comentario! Write here your comment!