Hoy en día es prácticamente imposible ser original. Estamos
de acuerdo, ¿no?
Hay tanta gente, somos tal plaga, que es literalmente
imposible ser la primera persona en hacer algo, en llevar algo, en decir algo,
en ver algo y comunicárselo a trescientas mil personas a través de redes
sociales. Sería necesario arrasar la humanidad, algo al estilo de una
macrofiesta de Nochevieja pero con una bomba atómica que cubra de polo a polo
("ya veréis, chicos, va a ser otra movida"). Eso es lo que haría
falta para poder volver a ser original.
La gente dejaría de desquiciarse, dejaría de escribir
insulsos blogs calcados unos a otros (me incluyo, evidentemente), dejaría de
hacerse miles de millones de cuentas en Facebook, Twitter, Vine, Instagram,
Snapchat, YouTube, Blogger, Wordpress, WhatsApp, Telegram, Line, y todos los
nombres anglosajones que se les ocurran, todas esas tecnologías inventadas para
actualizar nuestra situación y demostrar de modo impepinable que, en efecto,
hemos sido los primeros en hacer algo. Sería bonito ver eso, gente viviendo su
vida tranquilamente, conociendo con calma a sus familiares y amigos sin
preocuparse de que cualquier desconocido lo sepa instantáneamente, sin tener la
presión de probar que nuestras vidas son trepidantes y que es necesario que
completos extraños nos envidien. ¿Puede que sea ésa la razón por la que
compramos moda y belleza con la ansiedad del que se ahoga y quiere respirar?
¿Acaso se ha convertido la aprobación ajena en el aire que inhalamos en este
siglo XXI? ¿Es que el apremiante anhelo por formar parte de algo nos lobotomiza
hasta el punto de perder nuestras convicciones y principios en el proceso? ¿O
soy yo la única que se mantiene fiel a aquello que me gusta y en lo que creo,
sin importar cuántos me sigan? Porque como usuaria regular de Facebook y
Twitter, me importa un enorme bledo cuántos "Me gusta" o
"Retweets" provoque una fotografía tomada durante una reunión con mis
amigas, o un comentario ingenioso que se me ocurrió por casualidad.
En su lugar, prefiero valorar la intimidad de esa reunión,
lo maravillosamente bien que se siente una cuanto tiene tres personas en su
vida a las que puede llamar "suyas", de manera incondicional. No
porque tenga hambre de integración, no. No me malinterpreten, porque no busco
sentirme parte de algo, sino de alguien. Me importa más la mella que dejo en
mis amistades y mi familia, que en los tropecientos seguidores que pueda tener
en Internet. ¿Saben por qué? Porque conozco a esas tres personas que llamo
"mías", y me importan tanto o más que yo a ellas. Porque admiro y
quiero a esas personas, y porque valoro su opinión y aspiro a que ellas me
admiren, si hubiera posibilidad. Prefiero valorar la chispa de mi casual
ingenio, la capacidad de haber pensado semejante cosa, la educación y cultura
que me han permitido dotar de un contexto a esa frase, aparentemente
insustancial, pero intrínsecamente trascendental. Porque, hablando con un
virtuoso egoísmo, valoro más mi propia opinión, y la de esas tres personas mías,
porque es ése el mundo en que me muevo. Y aunque nunca pretenderé hacer daño u
ofender intencionadamente a nadie, mientras pueda evitarlo, tampoco contaré con
el apoyo de gente que yo no conozca, ni me decepcionará su ausencia. Y todo esto soy capaz de haberlo pensado,
porque no hay barreras en mi mente que hayan construido otras personas. No
tengo la necesidad de mantenerme dentro de unas fronteras imaginarias para
complacer a otros. No quiero satisfacer a quien me coarta, sino a quien me
estimula y me ayuda a crecer, que es en parte mi estrecho círculo de
relaciones, y en parte yo misma, que me encauzo y me desarrollo hacia donde quiero. Pero aún
así, reconozco que le debo una minúscula parte de mérito a ese mundo poco
original, plagado de personas famélicas de seguidores y fans que debía ser
destruido. Porque me ayuda también a darme cuenta de todo aquello que no quiero
hacer jamás, de todos los principios que no pienso traicionar, de las
infracciones contra mi persona que me niego a cometer. En ese mundo, en el que
nací, crezco, y moriré, intentaré plantar un bosquejo de personalidad, no para
que otros imiten las características, sino el concepto. Porque lo que yo deseo
es que las personas sean idénticas unas a otras, pero sólo si quieren. O que
sean totalmente distintas, o algo similares, o ligeramente marginadas, o
completamente integradas. Que hagan lo que quieran, que sean como quieran. Y si
consigo, mediante mi siempre entusiasta perorata, que un solo individuo se
aparte de ese redil de ovejas destinado a despeñarse, me sentiré eternamente
realizada, y satisfecha, y feliz, porque habré conseguido que otro sea feliz
consigo mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Escribe aquí tu comentario! Write here your comment!