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lunes, 8 de diciembre de 2014

El mundo es un lugar milagroso, hoy me doy cuenta.

El mundo es un lugar feo y polvoriento, una árida e inhóspita planicie que alberga patéticos alfileres que arrastran el fútil deseo de aguantar su propia existencia. Serpentean en busca de la subsistencia de su raza, anhelan el tacto de la felicidad sobre su piel escamosa y sedienta. Hoy la faz de la Tierra da cabida a seres de barro y roca. No merece la pena pensar semejantes cosas.
Y no.
 El mundo no es un lugar tan desagradable ni tan poco amable. Porque si pisamos un suelo reseco, yo pienso. Si pudimos destruirlo, podremos reconstruirlo, convertirlo de nuevo en un gentil y hermoso paraje donde vivir una vida plena, una sucesión continua de todo, una extraordinaria rutina, una maravillosamente aburrida costumbre. Un lugar verde, un lugar frío, caluroso, lluvioso y seco, hermoso, preciosísimo, y feo, espantoso, un lugar auténtico, un verdadero milagro.
Porque hoy me parecen más brillantes los colores, más intensos los sonidos, más vibrantes los sabores, más agudos los aromas. Hoy aprecio el valor de lo que me rodea, hoy veo de verdad, no hay mácula que me entorpezca. Hoy puedo ver que hay más cosas aparte de la niebla y la bruma. He retirado ese velo, y lo que he descubierto detrás me corta la respiración, me deja sin habla. Hoy me gusta más la rabia, el enfado, la alegría, los celos, el perdón, el arrepentimiento, el orgullo. Hoy me encantan las caras de la gente, las mentiras que me cuentan, y las verdades aún más. Hoy el dolor me apasiona, y el placer me enloquece, y me extasían las emociones y las pasiones, los sentimientos me parecen más puros, más prístinos, y descubro un alivio de sus cargas, como cuando la lluvia arrasa la contaminación. Hoy puedo ver que hay vida, y hay muerte, y que nosotros decidimos sobre ellas, y que somos nuestros y de todos y de nadie, hoy es un día hermoso y extraordinario y no hay nada que yo pueda hacer para estropearlo. Hoy me emociona todo, hoy escucho música y no entiendo cómo hay algo tan bello e inmutable. Hoy me emociona esta silla, esta mesa, me emociona mi casa y mi familia, me emociona pensar que estoy viva y que hay vivas personas con las que sé que quiero compartir mi vida, y saber que ellas quieren compartir la suya conmigo. Me emociona la calle, me emociona la gente que hay en ella, me emociona que se junten y se separen.
Me emociona el cálido abrazo del sol invernal, y el azote frío del viento de diciembre, me emociona que llueva en unos lugares y en otros no. Me emociona poder amar y ser amada, me emociona apreciar que hay madres y padres, hermanos, tías, abuelos y abuelas, primos, amigos, novios, amantes, esposas, enemigos, conocidos. Pero me emociona también el pesadísimo conjunto de desconocidos, ese sinfín de opciones, esas sinfonía de masas de gente, tanto que conocer, y el poco tiempo que tengo para hacerlo, las culturas que aún no conozco, las películas que no he visto, los “te quiero” que no he dicho, y la de veces que he dicho “te odio”. Me emociona que haya perros copulando en un callejón, los gatos que se amodorran en los alféizares de la ventana, los niños que lloran porque se han caído, porque les sangra la rodilla; las madres que dan a luz, los funerales que se están celebrando, y las bodas, los bautizos, los divorcios, las peleas de los enamorados, las reconciliaciones. Me emociona que haya tanta gente y que podamos estar todos en este mundo a la vez. Hay algo mucho más grande que todos nosotros, más grande que un edificio, más grande que un monumento, más grande que una ciudad, un país, más grande que una religión, que el mundo entero. Y es que hay algo tan enorme y colosal que no podemos ni ver, ni siquiera alcanzamos a hacernos una idea.  Hay algo debajo de nuestra piel, y envolviéndola, y no es el aire. Es la belleza de lo cotidiano, es que las personas, los animales, las cosas, los inventos y las reliquias, los tesoros, y todo lo que existe ahora mismo en el planeta, algún día se extinguirá, y todos moriremos. Y dará paso a una nueva generación, una remesa nuevecita e intacta de personas, animales y cosas, y los que hoy son inventos y novedades, serán las reliquias y los tesoros del futuro. Y el presente ya no será este momento. Y me emociona saber que alguien pensará lo mismo, y me emociona que no haya nada ni nadie que pueda arrebatarme esa certeza. Porque podemos preguntarnos (y yo me lo he preguntado miles de veces, y las que me quedan), ¿Para qué esforzarnos? ¿De qué sirve poner empeño e ilusión en algo, si se marchitará  y morirá conmigo? ¿Por qué crear lo que no podré disfrutar nunca? Y yo hoy tengo la respuesta  a esas preguntas. Puede que a unos les sirva y a otros no. Puede que no responda a todas las preguntas, puede que sea poco útil, puede que no sea lo que algunos buscan. Puede que no sea la respuesta correcta, pero a mí me sirve por el momento, me ayuda a aguantar esa patética existencia que mi cuerpo de alfiler arrastra por este desértico páramo. Y la respuesta es que nosotros podemos. Podemos crear, podemos destruir, pero podemos elegir por encima de todas las cosas. Y podemos ser felices, podemos estar tristes, podemos elegir vivir, o poner fin a nuestra vida. Podemos hacer cosas increíbles, podemos superarnos, superar a otros, ser mediocres.
 Y yo he elegido disfrutar de una vida que no sé dónde acabará, ni cómo ni cuándo, no sé qué haré mañana, no sé con quién voy a estar. Y no me importa, porque hoy soy yo siempre, y soy cambiante, evoluciono, no soy la misma que era ayer, pero tampoco seré mañana igual. Pero siempre soy yo, nada me quita mi ser. Y adoro hoy tantas cosas, que me impresiona también lo que odio, y vivo tan intensamente, que la única manera de ser feliz es sabiendo que todo es real. Y viendo lo desordenada que está mi habitación, sabiendo que me he peleado con muchas personas, que me han pasado catástrofes indeseables, y que he vivido momentos de inmerecida felicidad, se me saltan las lágrimas de puro júbilo, porque soy capaz de tener y no tener, de sentir, de recordar, de esperar. Me rodea una realidad que todavía no asimilo, y sé que está todo aquí, que las cosas ocurren y que son irreversibles. Estoy feliz de poder vivir aquí, y sé que aunque “aquí” jamás será dos veces el mismo sitio, será siempre donde yo esté viviendo.


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